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domingo, 13 de mayo de 2012
Elisa Sednaoui, algo salvaje...
Actriz, modelo, directora… Elisa Sednaoui quiere comerse el mundo. Estas son sus armas.
Presentar a Elisa Sednaoui significa, inevitablemente, abusar de las enumeraciones. Trabaja como modelo, actriz, directora de vídeos musicales y documentales. Es italiana, sus primeros años transcurrieron en Egipto, y puede comunicarse en italiano, francés, inglés, árabe y español. Agota solo con enunciarlo. Lo que no es posible que transmitan los recuentos es su belleza insólita, entre dulce y salvaje, que puede venir de cualquier parte y de ninguna. Su personalidad: habladora, cálida y observadora.
Aparece en el estudio con aspecto de estudiante (eso sí, vestida de Céline y Vuitton), soñolienta y con la cara lavada. Unos trazos de eyeliner y unas prendas de Dolce & Gabbana después, se convierte en la seductora criatura de una fantasía años 50. Como una representante de la generación barra –por eso de ser modelo/actriz/directora–, ha entendido que hoy el éxito tiene poco que ver con una cara bonita y mucho con la diversificación y el arrojo. Que el mundo se vaya preparando para Elisa Sednaoui.
¿Dónde está su casa?
Hasta ahora he vivido en Nueva York, he pasado varios meses en Londres y ahora busco piso en Los Ángeles.
¿Prepara el salto a Hollywood?
Nunca me mudaría solo por mi carrera. Si te trasladas por esas causas, no te saldrán las cosas de manera natural. La razón es que Los Ángeles es el único lugar en el que puedo trabajar y además tener calidad de vida y calma.
Y, entre tanto, vive pegada a una maleta.
Viajo mucho. Tengo 24 años y estoy en el inicio de mi carrera. Un momento en el que es importante que los directores te conozcan, que puedan ver cómo trabajas y quién eres. Los actores ahora graban cintas para los castings. Yo pienso de otra forma.
¿De dónde se siente? ¿Relaciona su identidad con algún lugar?
Más que nada me siento italiana y egipcia, por mi sangre caliente, por la manera de tomarme el tiempo. Hago muchas cosas muy rápido, pero soy apasionada y romántica. Soy un verdadero producto de la globalización, de la caída de las barreras comunicativas, de que mis padres –una modelo italiana y un egipcio que había dejado los estudios de Arquitectura en Londres para vivir en una casita sin electricidad– pudieran conocerse en Luxor.
Pasó su infancia en un ambiente bastante idílico.
Crecí en una pequeña ciudad italiana, en Piamonte, a una hora de Turín. Mis padres ya se habían separado. Mi padre había vuelto a Egipto y la madre de mi madre estaba enferma de cáncer, por lo que decidimos ir a vivir con ella. No tuve una infancia dorada, como dicen algunos. Tuve mis dificultades, pero fueron muy buenos años. Ya entonces me di cuenta de lo bueno que era experimentar una vida diferente a la de la gran ciudad, disfrutar del paisaje y de las cosas sencillas. Hoy los niños tienen acceso a todo enseguida y algunos se vuelven muy materialistas.
Pero empezó muy joven a trabajar en la moda.
Sí, a los 14 años, haciendo sesiones de fotos. Pero antes de dedicarme a tiempo completo terminé el colegio. Tuve suerte porque mi madre me protegió mucho. Ella conocía bien el negocio y no he visto mucho de lo que hay de sucio en este trabajo. Era una chica muy seria; quizá lo sea todavía. Mis padres nunca han tenido que decirme que hiciera los deberes. ¡Era más formal que ellos! Aunque también haya ido de fiesta: soy humana. Me lo he pasado en grande en Barcelona.
¿Cree que fue el momento adecuado para empezar?
Mi madre me lo permitió porque yo quería probarme a mí misma, pero con 14 años se es demasiado joven. No has desarrollado tu personalidad y ya empiezas en una industria basada en cosas tan raras. Hay chicas que a los 15 son maduras y tienen un cuerpo muy femenino; otras no tanto y eso puede jugar con tu cabeza. Yo me tuve que liberar de cosas que me había guardado dentro y que me decían que tenía que ser de determinada manera. Cuando eres joven quieres agradar a los otros. Aunque es importante dar, nunca se puede contentar a todos. En la vida vas a tener que tomar decisiones que no gustan o no son aceptadas.
Con una madre modelo y editora de moda y un padrino como el diseñador de calzado Christian Louboutin, se puede decir que lleva la moda en la sangre.
Empecé por casualidad. Acompañaba a mi madre a hacer castings, miraba los books, daba consejos y tomaba las medidas. Un día me propusieron probar. Con la ropa me he empezado a divertir estos últimos dos años. Crecí, me volví más segura de mi misma y empecé a arriesgar. Antes no le prestaba tanta atención. Me parecía muy vacío.
Ha participado en películas de habla francesa como Bus Palladium o L’amour dure trois ans. ¿Su experiencia en la moda ayudó o complicó las cosas?
Con la interpretación he aprendido que los demás te ven como una imagen reflejo de ellos mismos. El físico puede ser un problema, porque la gente se hace una idea antes de conocerte. Creemos que lo sabemos todo, pero hasta que no conozcamos a una persona, realmente no sabemos nada. Los que han querido y querrán trabajar conmigo será por lo que soy y, lo más importante, porque encaje en el papel. Todos tenemos que darnos la oportunidad de explicar quiénes somos. A pesar de todo, es una lucha constante, siempre hay alguien que te va a encasillar. Tienes que saber quién eres y mirar a la gente a los ojos.
En el rodaje de su documental en Egipto, ¿cómo vio el país tras la revolución social que ha tenido lugar?
Fui a Luxor. Lo que veo y lo que cuento en el documental es una realidad diferente, del campo, muy distinta a lo que se vive en El Cairo. Estábamos contentos por lo que pasó. Nos sorprendió. Sobre todo, después de 30 años de dictadura en los que nadie se planteaba actuar. La gente aceptaba la situación. De repente, verlos sacar el coraje para oponerse fue increíble. Pero para mí es difícil, porque construir una democracia en un país que no está libre de corrupción es complicado. La gente quiere un cambio; pero ¿saben qué
es lo que quieren cambiar exactamente? Esa es la pregunta de la que parto en mi documental.
Ha protagonizado La Leyenda de Kaspar Hauser junto a Vincent Gallo. ¿Cómo ha sido esa experiencia?
No sé cómo habrá salido la película, porque con las independientes es difícil saberlo. En todas, en general, una vez que has hecho tu trabajo, todo queda en manos del director. Y no sabes cómo lo va a editar. Conocer a Vincent fue una de las experiencias importantes de mi vida. Es un artista de 360 grados. Me gusta como actor, como director, como músico. En él hay algo muy fuerte. Fue muy profesional. Seguramente sea un gran seductor, pero conmigo se comportó como un hermano mayor.
Entre sus amigos se encuentran la diseñadora Diane Von Furstenberg, el artista Francesco Clemente, el diseñador Christian Louboutin… Parece que se lleva bien con gente más mayor.
Soy hija única, mis padres no conocían a gente con hijos y desde pequeña pasé mucho tiempo con adultos. Me quedé muy sola cuando era niña. Disfruto de la gente mayor porque se puede aprender de ellos, soy muy observadora. Aunque hable mucho, me gusta escuchar las historias de la vida y del amor. Me muestran cómo la existencia te lleva de una cosa a otra; cuántas sorpresas te da. Por eso me encanta leer biografías, sobre todo, de mujeres como Lauren Bacall o Diane Von Furstenberg.
Como una de las protegidas de Karl Lagerfeld, ¿qué ha aprendido del káiser?
Él es una gran inspiración; sobre todo por la manera que tiene de reconocer lo que hacen los jóvenes. La gente de esta industria tiene que saber renovarse y escuchar sin perder su propio estilo. Si te crees que lo sabes todo, lo has visto todo y lo has hecho todo, no evolucionas.
¿Es cierto que los desfiles de moda le hacen llorar?
Los de Haider Ackermann. Es un buen amigo y en el desfile siento toda la emoción que hay detrás de ese trabajo, su pasión. Eso me toca. Hay algo en sus desfiles, no sé si es esa música tan poderosa a un volumen bajo. Hay algo muy emotivo en su manera de trabajar.
En sus apariciones públicas suele vestir de negro y de manera minimalista. ¿Cómo definiría su estilo personal?
Me es difícil hablar sobre mi estilo. Se construye a partir de piezas concretas. Si hay algo que me gusta, no me lo quito en toda la temporada. Como me pasa con estas botas de motorista de Chanel que llevo. Ahora experimento más que antes con los colores, las formas y los accesorios. Este año he jugado mucho con lo masculino. Cuando hice de jurado en el Festival de Cine de Deauville disfruté llevando tanto un esmoquin negro de Vuitton como un vestido de manga larga de estampado animal de Giambattista Valli.
¿Le atrae lo vintage?
No me gusta ir a las tiendas, no tengo paciencia. Pero mi época favorita es la década de los años 70. Y he heredado ropa de mi madre y de mi abuela. Vestidos de los 40, 60, 70 con una confección que no se encuentra ahora. De mi abuela paterna –una italiana casada con un egipcio que vestía muy bien– también tengo algunos tesoros. Algunas de sus piezas de costura forman parte de la colección del Museo de la Moda de París. La última prenda que he recibido es una túnica beduina de los años 20.
¿Dedica tiempo a cuidarse?
Soy vaga para cosas como depilarme las cejas. Empecé a hacer ejercicio físico este año. Antes era una perezosa de primera. Cuando tenía tiempo quería quedarme en la cama o tirarme en el sofá a ver una película o leer un libro. Odio el gimnasio, pero empecé a correr y a hacer pilates. Ahora estoy en contacto con mi cuerpo. Levantarme por las mañanas e ir a correr al parque me ha cambiado el ritmo. Si alguien me lo hubiera dicho hace unos meses, no le habría creído.
Habla español muy bien, por cierto.
Lo aprendi en el colegio y lo perfeccione con amigos. Además, tuvo un novio mexicano.
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